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La violencia es
una realidad que arropa a nuestras
sociedades y pareciera que los esfuerzos de instituciones y de personas en la
promoción de una cultura de paz, no son
suficientes para lograr la armonía necesaria
entre seres humanos. Los brotes de violencia de los últimos tiempos,
dentro y fuera de Estados Unidos, plantea de algún modo, una regresión de la
raza humana a los orígenes de las cavernas, donde la lucha por la sobrevivencia
hacía que la fuerza se impusiera siempre sobre la razón;
porque no existían cánones morales y conductuales que les indicaran el respeto
a la vida o la individualidad de sus semejantes. Para muchos creyentes de
diversas religiones, todo esto es consecuencia del desequilibrio creado por el
pecado de los hombres, que arrastra incesantemente a la humanidad fuera del Paraíso prometido del que habla Las Sagradas Escrituras.
Hoy en día, hemos
avanzado en tecnología, tenemos doctorados y licenciaturas en diversas ramas
del saber, pero no hemos crecido internamente en el cultivo de relaciones
humanas con personas de otras culturas y de distintas ideologías que pudieran
enriquecer nuestras vidas, al tiempo que nos ayudan a salir de las visiones reduccionistas y a
veces sectarias que tenemos de los que no son como nosotros.
Dice un refrán,
que la violencia engendra más violencia. No podemos pensar que la paz se
consigue a través de las luchas y de las confrontaciones de fuerzas.
Precisamente el concepto cárcel se traduce, como la violencia que la sociedad
le hace a los violentos. Y el resultado siempre es el mismo, más
violencia.
El discurso que
tenemos suele ser con frecuencia distinto, a nuestras interacciones sociales y
esto hace que vivamos en una continua
ambivalencia, sin importar el liderazgo público que podamos tener en
nuestras comunidades. El reto es que podamos ser signo de esperanza, en medio
de tanta violencia.
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